lunes, 10 de diciembre de 2007

UN DRAMA RURAL

El progreso a menudo ha de convivir con la fuerza de la costumbre. El ancestral empleo del fuego como forma de calentarse en el pasado pervive en la actualidad, al igual que los braseros y calentadores de ascuas que usaron nuestros abuelos y nuestros padres en su juventud y que aún hoy en día no han sido del todo arrinconados por la electricidad o el gas.

La existencia de formas de energía más limpias y seguras no ha acabado con la ancestral costumbre de recoger las ascuas con la badila en un pozal de hierro para obtener un rudimentario aunque efectivo calentador.

Es noche fria, rozando la helada, en una pequeña localidad en los confines de La Mancha. El sol cae pronto en invierno y a poco que arrecie el frio la helada se deja sentir. La gente se recoge en sus casas a excepción de esa minoría que no renuncia al café de después de cenar en el "casino" (local social) de la localidad; minoría que se levanta alarmada por una noticia desagradable.

Tendido en su vivienda un vecino yace aparentemente sin vida. Por suerte alguien aparece y lo encuentra tendido inmovil. En la estancia impera el calor malsano que emana de un brasero.

"Atufado" esto es, asfixiado por las inhalaciones del brasero. Se le dá por muerto.

Se avisa a una vecina que corre sofocada a la plaza, la pequeña localidad se moviliza, cunde la voz de alarma; alguien llama al 112.

Y comienza la espera, corren los minutos, minutos eternos cuando cada segundo cuenta, 11 kilómetros separan al centro médico de la localidad, 11 kilómetros que son apenas 5 minutos por una buena carretera nacional y una excelente comarcal que en nada envidia a la nacional.

Un servidor, que ha sido sorprendido por el escándalo apenas de vuelta de una población cercana agarra el abrigo y sale a la calle, apenas hace un par de minutos que se ha avisado a urgencias. Miro el reloj mientras hago corrillo con otros vecinos.

Los cinco minutos se demoran, pasan siete, diez, quince... tiempo suficiente ante este caso como para que un ser humano reviva o reviente. Donde no llega el SESCAM llega a veces la suerte o acaso el milagro. Se ventila la vivienda, se saca el brasero y el paciente revive aún acusando síntomas de intoxicación, respira al menos y con el paciente respiran también los vecinos movilizados.

Se propone trasladar al vecino en el coche de un particular, cunde la desorganización, se propone esto, se propone aquello, se propone esperar a la ambulacia, se dice que ya está mejor, se pierde un tiempo precioso y llegamos a los veinte minutos sin que el intoxicado reciba atención médica.

Veinte minutos después no aparece la ambulancia, sino médico y auxiliar. Hacen su trabajo pero la ambulancia se hace esperar diez minutos más.

El centro de atención sanitaria se encuentra a cinco minutos de la localidad.

El Hospital General Universitario de Albacete a cincuenta minutos.

El paciente podría haber sido atendido en cinco minutos y podría haber llegado a un centro sanitario en diez.

El paciente se estaba ahogando.

El paciente hubo de esperar veinte minutos para recibir atención médica y media hora para que llegase una ambulancia.

¿Hay algo que justifique que cinco minutos se conviertan en treinta?

Lo lamentable es que los médicos cumplieron y que la ambulancia solo se hizo esperar media hora. Ocasiones se han visto en que el retraso es mayor y no por culpa de los profesionales, condenados a cubrir con medios cuanto menos escasos, las necesidades sanitarias de unas decenas de municipios que totalizan varios cientos de kilómetros cuadrados.

Poca culpa tienen de los retrasos los profesionales, condenados a correr de un lado a otro como rata por tirante, en mitad de la noche, a acudir a aquí y allá tapando agujeros, cubriendo huecos e intentando llegar a varias urgencias a la vez a cual más apremiante.

Si faltan ambulancias añádanse, puesto que no falta dinero para rutas de Don Quijote y otras milongas de dudosa rentabilidad no habría de faltar para esto. Los Quijotes somos en esto los demás: los pacientes que esperan, los vecinos que se alarman, los médicos que corren y las ambulancias que lo intentan pero no siempre llegan.

Pero nada justifica, salvo los caprichos quijotescos de Barreda y sus compinches, que cinco minutos se multipliquen pos seis de forma innecesaria por la escasez del parque de ambulancias. Prefiero tener ambulancias paradas que paradas cardiacas; aunque de las segundas (y de que las provoca) no habla la triunfal propaganda del regimen post-bonista.

La solución es que nunca nadie se ponga enfermo (si no es en la capital provincial o en la puerta del centro sanitario), y que si lo hace rece a que haya una ambulancia disponible. Gastar menos en autobombo, en programas absurdos, en rutas turísiticas que nadie recorre salvo los viajes subvencionados de IMSERSO y de amas de casa, en peliculas rancias y corridas de toros; y gastar más en ambulancias, es algo que a nadie se le ha pasado por la cabeza...

PD: este relato es verídico, aunque he eludido dar nombres, por respeto a la privacidad de los afectados. También y por idénticas razones se han disfrazado someramente algunas situaciones puntuales aunque los hchos en sí son rigurosamente ciertos.

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